viernes, 11 de diciembre de 2009

Maldita burocracia

Hace unos meses me tocó renovar el DNI. Resulta que es tan importante llevarlo al día que nadie te avisa de que se te va a caducar, y eso que por ejemplo la DGT sí que hace lo propio con el carné de conducir.

Después de pedir cita con varios meses de antelación, en la web, porque por teléfono es imposible, y pedir el correspondiente certificado para cambiar mi domicilio (con antelación, pero no mucha, porque su vigencia es corta), me presento allí, unos minutos antes de la hora, y enseguida me llaman.

La administrativa me recoge los papeles, los supervisa, muy bien, firma aquí, pon el dedo, pero… ¡un momento! Esta foto no te vale. ¿Y por qué? Porque no es reciente. Me señala un cartel que hay colgado en una columna: “la foto debe ser de hace menos de tres meses”. Miro la mía. La verdad es que es de hace más de tres meses, aunque no tantos más. Pero algo ha debido ver la mirada suspicaz de la administrativa que le dice que ya no soy la misma. No dudo de su profesionalidad, pero esta vez se equivoca.

Me indica que debo hacerme fotos en ese momento y volver, para lo cual me señala una tienda de fotos que se ve por la ventana. Recojo mis papeles y voy a la tienda de fotos, donde ni siquiera me preguntan qué es lo que quiero: pasa, siéntate, pon la barbilla alta y sonríe un poco. En dos minutos están listas. Por supuesto que pienso que la administrativa y la dependienta están compinchadas, pero al estar la oficina del DNI en la comisaría de policía, me retracto, y pienso que será el comisario de la policía el que habrá hecho este tipo de gestiones. Mucho peor, pero más factible.

El resto de los trámites transcurrieron de forma normal, ya con mi fotografía sin preparar, sin peinar y con unos pendientes de verano que no dan muy bien en blanco y negro, pero bueno. Ya he aprendido que no hay que escoger la foto del DNI, aunque tras 5 años con la típica foto de terrorista que todos hemos tenido alguna vez en el carné, tenía unas ganas enormes de cambiarla. Es estúpido, porque nadie mira la foto del documento, excepto cuando se hacen concursos de a ver quién sale peor.

Han pasado un par de meses. En la foto que amablemente presenté a la administrativa yo tenía el pelo por encima de los hombros, y un flequillo desigual, aunque en ese momento mi pelo era más largo y sin flequillo. Esto debió despistarla. Pero ahora mismo me he vuelto a cortar el pelo, sobre los hombros, a lo Mafalda, y con flequillo desigual, con lo que la suspicacia de la administrativa ha sido poco práctica. Y volviendo sobre el corte Mafalda, el mismo día que fui a la peluquería me compré un abrigo rojo, igualito al que tiene la sobrina de mi amigo el banquero, que según la dependienta y mi cuñada, que son la misma persona, también es look Mafalda. ¡Vaya, cómo le agradezco que no haya mencionado a Betty Boop!









Matando el tiempo... o viviéndolo, nomás.

A lo tonto nos han salido unos días muy agradables. Pensábamos recibir la visita de dos personas y al final han sido seis, sin comerlo ni beberlo. Así como hacen los que conoces de siempre, llamando el día anterior para decir que se apuntan, como debe ser. Hemos estado muy a gusto sin hacer nada del otro mundo, a pesar de mis impedimentos (de trabajo y de conciencia).

Y es que se nota cuando compartes el tiempo con gente de confianza, con la que encajas, y no con la que “te roba energía” de una u otra manera, como bien dice la de Markina. No hace falta preparar mucho para que todo salga bien, no hace falta forzar, todo sale solo, simplemente estando juntos. Así que hemos comido (mucho), han salido de fiesta (algunos) y nos hemos reído un montón; vamos, que hemos disfrutado de la compañía mutua sin más.

Esperamos que se repitan enseguida estos momentos. La próxima (quién sabe dónde será, pero seguro que pronto) prometo cocinar y fregar un poco más que los invitados, y pasar un poco del trabajo para entregarme con más energía.

A los que vinieron de tan lejos, Valencia y Valladolid, muchas gracias. A los de siempre, nos vemos en Burgos con las botellas de sidra llenas de nuevo. Y a los pamplonicas, pues que les vamos a vetar la entrada, porque ya les debemos tantas que no vamos a terminar de quedar bien con ellos en la vida. Menos mal que nos han dicho que no nos guardan rencor.
Bueno, y el último recadito, para los asiduos de los Centros Comerciales, que tengan presente a partir de ahora que siempre es posible encontrarse con alguien que vive en una ciudad si vas a esa ciudad. ¡Con lo poco que cuesta llamar para avisar, hombre!


sábado, 28 de noviembre de 2009

Cristales

Muchas veces pienso lo genial que sería no tener hipoteca y poder disfrutar plenamente de todos los frutos de nuestro sudor. También me gustaría tener una casa más grande, o mejor aún, que a mi casa le crecieran un par de habitaciones y un vestidor, y si es posible, unas patas para poder estar en casa allá donde voy.
A veces también me apetecería vivir en otra ciudad, y tener más cerca a mi familia (a mis familias), o me gustaría poder invitar los miércoles a mis amigos a cenar en casa, mientras vemos la serie de turno sin hacerla caso porque no es lo realmente importante de la noche, y acabar cada uno de esos días diciendo “se ha hecho muy tarde, la semana que viene nos tenemos que recoger antes”.
O poder decirles a mis padres que vengan a comer el domingo sin kilómetros de por medio, para poder echar luego la siesta en el sofá sin estar pendiente del reloj.
Me gustaría poder ver más a menudo a todos esos que están lejos y que tanto echo de menos, sin tener que hacer cábalas de turnos y obligaciones y sin dejar siempre pospuesta la quedada: “el fin de semana que viene veremos”.
Otra cosa que estaría bien sería encontrar un trabajo estable, que me guste y que tenga el horario perfecto para que me permita eso que llaman “conciliar”.
Y puestos a pedir, me encantaría viajar más a menudo, conocer lugares, da igual que sean remotos o cercanos.

Pero resulta que tengo una hipoteca que pesa, pero no ahoga, que me permite vivir con quien quiero (aunque eso será historia de otro día) en una casa que nos encanta. Que esta ciudad está muy bien, y nos ha abierto muchas puertas, y se adapta bastante a la forma en que queremos vivir.
Que sí, todos los amigos están lejos, pero hablamos cada semana, y compartimos todo lo que podemos, y nos vemos cuando hay oportunidad.
Que al final mi familia también está en otro sitio, pero tan cerca que a veces se me olvida que esto no es el trayecto Huelva-Tarragona, y que podemos aprovechar mucho el tiempo.
Que ahora puedo decir que me gusta mi profesión y le encuentro compensación, aunque aún no trabaje mucho. Eso es muy importante.
Y también debo admitir que aunque no haya dado la vuelta al mundo he viajado bastante, (muchas veces gracias a mis padres), y más sabiendo que hay mucha gente que no se puede permitir ni una semana de vacaciones al año fuera de casa, y hay otros que viajan constantemente sin poder conocer los sitios en los que están. Creo que he estado en 6 países haciendo turismo, que no está mal.

En definitiva, todo depende del color del cristal con que se mire. Y la mayoría de las veces hay más razones para estar agradecido y satisfecho que para quejarse. Éste es mi caso.

MUSAC. León.

viernes, 30 de octubre de 2009

24 de Octubre

Esperaba con gran emoción ese día, y aunque es frecuente que cuando esperas algo con ansia la realidad te devuelva una suceso plano, ésta vez no. Fue más emocionante de lo soñado, a pesar de ser distinto.

Si lo pienso en profundidad no puedo razonar lo que sentí, pero es que son eso, sentimientos. Los dos estaban comprometidos desde hace muchos años, los dos se querían casi desde siempre, los dos se habían confesado la ilusión de querer compartir sus vidas, los dos, en definitiva, se habían casado un tiempo después de conocerse, cuando, tras saber que los días de rosas y de complacencia habían pasado, y tras haber compartido más sinsabores que bonanzas en algunas temporadas, sintieron que el barco seguía a flote y los dos tenían ganas de poner sus cuatro manos en el timón para navegar hacia el mismo horizonte.

Por eso no puedo explicar la gran ilusión que me hacía esta boda. No puedo explicar por qué me dieron ganas de llorar (y lloré) de alegría y emoción. No puedo explicar cómo me pareció estar muy cerquita de ellos durante todo el día aunque fuéramos tantos celebrándolo. Pero así fue, y les agradezco el día genial en que se convirtió este 24 de Octubre.

Sólo me resta desearles que la felicidad que irradiaron durante todo el día les acompañe en cada uno de los pasos que les quedan por dar, que son muchos. Y si no es mucho pedir, que me dejen disfrutar con ellos de lo que me corresponda, como grandes amigos que somos.

jueves, 8 de octubre de 2009

Uno para otro

Lleva toda la tarde tirada en la cama, escuchando música a todo volumen y hablando por teléfono, con sus amigas, poniéndose de acuerdo en el look que van a lucir esta noche.

Y es que la noche del sábado requiere muchos preparativos. Parecía que se iba a hacer eterna la tarde, pero ya es la hora. Mira el reloj de Betty Boop que hay sobre su mesilla. Son las siete y media. Se levanta de un salto. Abre el segundo cajón de la cómoda y saca el conjunto de sujetador y tanga que había decidido ponerse. El rosa de encaje, el que siempre deja envuelto en papel de seda. Va directamente a la ducha. Allí se apilan tres o cuatro botes de gel y champú, de tamaño familiar, en una esquina de la mampara. Pero ella busca en su bolsa de aseo y saca dos botes pequeños. Uno de champú y otro de mascarilla capilar, de olor a mora los dos. Rebusca y extrae un exfoliante para el cuerpo, “frescor oceánico” reza la pegatina. Toma una ducha de forma relajada, recreándose en su largo cabello, masajeando y volviendo a masajear las piernas. Sabe que está sola en casa y nadie la va a chillar por malgastar el agua. Cuando termina, sale sin usar la toalla y se aplica un aceite hidratante generosamente, mientras se mira en el espejo, se mira y se admira.

Luego se pone lentamente la ropa interior, disfrutando del contraste del encaje rosa sobre su piel tersa, brillante, morena. Se queda largo rato frente al espejo, mientras su cuerpo va absorbiendo todas y cada una de las esencias del aceite, y ella se ve relucir. Después, con el pelo envuelto en una toalla, comienza la ardua tarea del maquillaje. Se sienta en la esquina de la bañera y conecta el espejo de aumentos, que ha posado sobre la encimera del lavabo. Tiene el sitio medido, estudiado, para que no haya reflejos, para ver perfectamente el contorno triangular de su cara, para no tener que estirar demasiado el cuello. Deja la caja del maquillaje a su lado, en la repisa de la bañera, en perfecto equilibrio.

Empieza con una ampolla fijadora. La esparce con mimo, por todo el rostro, por el cuello y el escote, aplicando una suave presión con las yemas de sus dedos. Luego la crema hidratante, de la misma forma. Después se detiene un momento, pensando en la combinación de colores ideal para la ropa de hoy. Finalmente, extrae de la caja varios lápices, tres frascos, un par de sombras y otros pinceles. Los deja a un lado. Con sumo cuidado, comienza el ritual semanal. La base, los polvos, el lápiz delineador, una sombra, difumina, otra sombra, difumina, otra línea, rectifica, difumina, el rímel, el eyeliner, el colorete… Procura no dar un paso en falso porque sabe el desastre que supondría, por eso va despacio, poniendo los cinco sentidos en lo que hace, dibujando mentalmente el trazo antes de darlo, observando la simetría y comprobando satisfecha que a veinte aumentos está perfecta.

En el momento que el maquillaje está como había pensado, le toca el turno al cabello. Toma el secador y ocho pinzas, y divide el pelo en ocho partes exactas, partidas por líneas impecables. Una vez así, seca cada mechón con parsimonia, encandilada por los reflejos que consigue. Al acabar, se cepilla un rato, comprueba que las puntas están sanas, que el corte no se ha estropeado, que sigue teniendo el cabello precioso, como su madre, como lo tuvo también su abuela. Se hace una cola de caballo bien alta y se vuelve para cerciorarse en el espejo de que la cola cae justo entre los omoplatos, y de que sobrepasa el cierre del sujetador.

Una vez maquillada y peinada va a su cuarto y se viste, decidida, como había quedado con sus amigas. La camiseta de escote en uve, que deja ver una esquina del encaje del sujetador a cada lado. Las medias de rejilla, esas que no sabe a ciencia cierta si le gustan o no, aunque sí sabe por qué se las tiene que poner. La minifalda vaquera, con los bolsillos deshilachados, que se cierra justo sobre el pubis, de forma que se vea bien el piercing del ombligo, casi tan brillante como su piel. Finalmente se calza las botas camperas de tacón, sus preferidas, sin las que no va a ningún lado, que le gustan más cuanto más se desgastan, que se acoplan perfectamente a sus gemelos, que la suben diez, veinte, treinta centímetros la autoestima. Se pone los pendientes enormes y se observa de nuevo. Faltan complementos. Escoge dos collares de entre una maraña y, tras desenredarlos cuidadosamente, los cierra sobre su nuca y ajusta el largo. Se cuelga el bolso y coge la cazadora, de piel las dos prendas, desgastadas, como las botas, como la minifalda, como las noches.

Cuando se siente lista para marcharse, pasa de nuevo por el baño para el último toque. Se aplica hidratante en los labios y con cuidado de no tocar el resto del rostro los perfila, con un lápiz de color neutro, que apenas se nota. Luego se pone un poco de brillo de labios, en el centro, porque así parecen más carnosos.

Para terminar, busca la brocha de su madre, la de la borla enorme y sedosa, para ponerse el toque final de polvos traslúcidos, los que le dejan la piel como si fuera porcelana, y eliminan todos los brillos. Contenta y segura, coge las llaves y sale a comerse la noche.

Pero lleva la frente blanca. No se ha dado cuenta, o quizá sí, y su frente está completamente blanca, inmaculada. Ni al aplicarse la ampolla, ni la crema, ni al maquillar los ojos a veinte aumentos, ni siquiera al darse los polvos se ha fijado en que la frente está blanca. Puede que al recogerse el cabello se lo haya parecido, pero no le ha importado, apenas se ha fijado un segundo, después se veía bellísima de nuevo. Así que ha salido a la calle con su frente blanca.

Unas cuantas horas después, entre la falta de luz, los juegos entre amigas, el sudor y el baile, nadie puede apreciar ya el trabajo que ha dedicado a prepararse. Agotada de bailar con sus amigas y con ganas de algo más, se sienta en un sillón junto a la pista de baile y mirando hacia la barra de reojo, busca un candidato para seguir la fiesta.

Un chico de camiseta negra y pulseras con tachuelas. Descartado. Otro con vaquero de dos tallas más de la que le corresponde, con el pelo revuelto y camiseta de un grupo de música desconocido. Descartado. Otro chico algo mayor con rastas y camisa de lino, con sandalias desgastadas. Gracioso, pero descartado. Y al final de la barra le ve. Alto, moreno, apoyando un codo en la barra y mirando con descaro a las chicas que bailan en el centro, solo pero seguro. Le mira de abajo a arriba: zapatos modernos y limpísimos, el vaquero bien prieto y un cinturón de hebilla enorme justo en su sitio. Camiseta negra sin apenas dibujos, completamente pegada a la piel, marcando sus músculos, ofreciéndolos. Y el rostro, bien parecido, labios finos pero jugosos, nariz pequeña y simétrica, ojos profundos y la frente blanca. Él se ha dado cuenta, como algunas otras veces, antes de salir de casa, y ha intentado tirar un poco del flequillo del que nace la cresta que se ha peinado hoy, pero no hay caso. La frente está blanca.

Ella al verle y calibrarle se levanta y se dirige hacia él. Él la ve venir. Se miran. Se miran y se reconocen al instante. A veces el destino sí está escrito.

domingo, 4 de octubre de 2009

Lenguaje

mendrugo alianza guirlache astro murmullo mirlo bonsái tormenta embarazoso salmuera mitra barba fruslería zarigüeya brisa susurro cuántica trastabillar misterio señuelo escama ciclón estrella charanga morsa compás letra cuarzo lengua cielo diario madrugada cornamenta silencio bizcocho cigüeñal trufa viento espiral mayestático brasa plata sarmiento espabilar drago soplar estraperlo ciervo hueso siesta cáscara astral martirio semblante reciclaje firmamento isleño patria madroño cuenco rastrear saciedad clemencia samba anzuelo mancuerna ostra arrabal dendrita embaucar compadre boliche trampantojo jergón sortija espejismo charlatanería diezmo juglar mordiente níspero octavilla peregrinar sobresalto mariconera ungüento valva zambullida trovador selva agridulce mimbre brizna fieltro clavicordio enlazado silbar glotonería marmota prestidigitador adviento discente astracán renglón laurel invento holgazán fascinante armónica crueldad tornado ballesta
Cada esquina del castellano es sorprendente.
Pero, ¿cuál es la palabra que no encaja? ¿Os atrevéis?

viernes, 2 de octubre de 2009

Muerta de miedo

Escribo estas palabras que no sé si serán las últimas que pronuncie, aunque en silencio.

Estoy en el trabajo. Os pongo en situación: mi "oficina" está en el sótano del edificio, y sólo tengo compañía de más "trabajadores" de 8 a 9 de la mañana. Los "clientes" bajan al sótano y esperan pacientemente sentados a lo largo del pasillo a que yo les atienda. Al final del pasillo hay una puerta de salida del edificio que sólo está abierta de 8 a 9, digamos que estoy en un callejón sin salida.

Como soy muy hacendosa, no se me suelen acumular los clientes, y tengo ratos libres si voy adelantando el trabajo. Así que suelo dejar la puerta abierta para que al llegar la gente sepa que no estoy ocupada.

Pues hace un momento oigo pasos y ruido de gente hablando. 'Llega la siguiente tanda de clientes' - pienso yo. Me aclaro la voz y digo: ¡adelante, pasen! Como no contestan y siguen hablando alborotados pienso que no saben adónde dirigirse porque no ven a nadie esperando a la puerta, como suele ocurrir. Así que repito: ¡para el formulario B5 aquí, pasen!

Cuál es mi sorpresa cuando veo desfilar a un grupo de personas, 7 u 8, de una etnia distinta a la mía, que a veces asusta un poco. Y estos asustaban de veras. El primero blandía una fusta de un caballo. El segundo una barra metálica, que si bien era dorada y parecía haberla quitado de las cortinas del salón, también daba la impresión de ser dura. Y entre los siguientes, otro llevaba un palo. No me ha dado tiempo a ver más porque me he encerrado con llave en la oficina.

Primero han debido intentar salir por la puerta del final, que está cerrada, y no la han roto de milagro porque es de cristal. Luego han llamado a mi puerta y les he chillado (amablemente, eso sí) que estaba muyyy ocupada. Con todos mis nervios he intentado buscar la extensión de seguridad, pero en mi listín provisional de teléfonos no viene. Así que he llamado al "conserje" que no me ha cogido. Finalmente he llamado a una administrativa que al oir lo que le contaba ha exclamado - ¡ostia!- y me ha colgado. Yo seguía oyendo revuelo y golpes de puertas, pero no he abierto.

Finalmente, a los 2 ó 3 minutos (que he de confesar que se me han hecho eternos), ha venido seguridad, pero no había rastro de los revolucionarios y todo ha quedado en un susto. ¡Pero vaya susto!

Bueno. Parece que seguiré expidiendo formularios B5 tranquilamente toda la mañana, y que estas no van a ser mis últimas palabras. ¡Qué alivio!

jueves, 1 de octubre de 2009

Espinita

Es como cuando se te mete la canción del verano entre las neuronas y no hay manera de sacarla. Que estás tan tranquila viendo la tele y de repente te descubres canturreándola. Y no te gusta. Es más, la detestas, te pone de los nervios el chunda-chunda. Pero te vas a la ducha y vuelves a tararearla. Pones un disco de los que se pueden cantar a voz en grito, de los que más te gustan, pero no hay caso. Cuando termina, la canción que está en tu mente vuelve a ser la del verano, y le pides perdón en silencio a tu grupo favorito por no poder ocupar tu mente de esa forma con sus canciones.

Algo así es lo que me pasa. Parece que todo va bien, que no hay problemas, que la vida me sonríe. Y es así realmente. Sólo que hay una pequeña mancha en las gafas que no me deja ver bien. Mira que froto y refroto, pero que no se va. Me las pongo, parecen relucientes. Y a media mañana aparece la manchita. O el mosquito que me persigue. Me olvido de él, incluso parece que le he aplastado con el último manotazo. Pero a las dos horas está de nuevo revoloteando, con ese zumbido tan desagradable. ¿Y a quién le puede importunar un mosquito? Pues aunque parezca una bobada, ensombrece un poco el día, e impide el estado de felicidad completa.

Y no hay caso. Por más que intento no pensar en la manchita, en la canción del verano, o en el puñetero mosquito, no lo consigo y me sacan de quicio. Hay días en los que ni siquiera aparecen. Otros sólo vienen una vez, o dos. Pero hay otros en los que tengo a toda la tropa dando vueltas entre mis pensamientos, impidiéndome pensar claro. Lo peor de todo es que ya sé que no tengo nada que hacer, la batalla está perdida. Sólo esperaré a que se vayan. 


Me sigue sorprendiendo la capacidad de Quino para explicar con cuatro trazos lo que yo no sé explicar ni en tres párrafos.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Primeros pasos

Inicio esta andadura con el firme propósito de alimentar mi inspiración con todo aquello que vaya viviendo, con las ganas de intentar plasmarlo de manera inteligible y, si es posible, entretenida. Bienvenidos seréis todos los que vengáis a lanzar vuestro trueno.