martes, 26 de enero de 2010

Memoria infantil

Ha pasado casi un mes y no os he hablado del inesperado regalo que recibí el día de Reyes. En mi casa, como en otras, seguimos poniendo mucha ilusión en ese día, a pesar de ser todos maduritos; estos últimos años además tenemos un niño, mi primo, con los nervios a flor de piel como exige la tradición de tal día, lo que siempre lo hace mucho más emocionante.

Bien, como todos los años yo escribí mi carta a Sus Majestades, y como todos los años ellos me trajeron parte de lo que pedía y también cosas que no, que muchas veces son las que más ilusión te hacen. Os voy a descubrir parte de mis regalos para que comprendáis la sorpresa que me llevé.

Pudo ser este costurero lo que más me gustó, lo primero que pedía yo en mi carta.

El año que viene pediré un dedal, porque un costurero sin dedal es como un coche sin ruedas. El siguiente pediré un curso de costura. Pero no me digáis que no es precioso.

Pudo ser este disco, que también pedía pero no me esperaba.O pudo ser este aparatito, bautizado ya como 'submarino' (o 'insumergible' ¿?), que no pedía, pero que resulta de lo más práctico ahora que ya lo domino y ha dejado de ponerme saltos de 3 segundos de canciones de Love of Lesbian, que he estado a punto varios días de hacerme un nudo con el cuerpo al ritmo de la música.


Pero el regalo estrella sin duda, fue éste:


No me digáis que no es la caña. Más accesorios casi de los que sé utilizar ahora. Lo mejor de todo es que yo de pequeña ya tuve este juego. Y estuve dudando un rato si era el mismo, requetefregado y arreglado, pero el mismo. Definitivamente decidí que no, que era nuevecito, porque el maletín que yo tenía era bastante más grande y después de tantos años era imposible que estuviera impoluto. Bueno, pues sí, era nuevo, a estrenar (ya no, ya he jugado un par de veces), y del mismo tamaño que el antiguo, pero visto desde otra escala. Vamos, que era yo mucho más pequeña y el maletín me parecía enorme.
Bueno, ¡qué ilusión me hizo! Parece mentira cómo las cosas más tontas son capaces de arrastrar un cargamento de emociones, ¿no? Yo no sé si jugué mucho con este maletín, pero lo tenía olvidado; creo que si me hubiera puesto a recordar juguetes de cuando era pequeña no me habría acordado de éste. Pero ese día, al verlo, no tuve ninguna duda, y hasta me acordaba de cómo funcionaba cada cacharrito.

Desde entonces, he estado pensando en los juegos que tenía de pequeña, en los más viejos. Me acuerdo de muchos a los que no hacía ni caso, y de otros desgastados de tanto uso. Pero son dos de los que os voy a hablar hoy.

En primer lugar, de un Mandala que me trajeron mis padres de un viaje que hicieron, creo que a Valencia o a Alicante. Yo era muy pequeña, pero no sé cuánto de pequeña. Tampoco sé cuánto duró, creo que no mucho, porque un día se me coló por detrás del televisor de casa de mi Abuela, entre un doble fondo del mueble. Y allí se quedó. Me he acordado siempre de ese chisme, que entonces no tenía nombre, y lo he buscado siempre en toda clase de tiendas y mercadillos sin saber explicar lo que era. Hasta que hace unos años empezaron a verse en los puestos de los Mercados Medievales y a partir de entonces es fácil de encontrar y hemos podido conocer su nombre y su historia. Por supuesto, tengo dos ahora. Aunque he de decir que era más ideal la pérdida del juguete que la posesión del mismo. Y no sé si quiero que mi Abuela cambie el mueble del salón para poder recuperar el Mandala auténtico, o prefiero que ese mueble no se mueva en toda la eternidad para tener la certeza imaginaria de que mi juguete está ahí.

Éstas son fotos de uno de mis Mandalas. El que yo tenía era de alambre dorado y con los abalorios naranjas (o así lo recuerdo yo).

Y también os quería hablar de otro juego. Éste no creo que lo usara mucho, y cuando lo tuve ya era más mayor, no sé si tendría 10 ó 12 años. Pero hace unos meses soñé una noche que estaba jugando con él, y desde entonces he tratado de recordar más cosas. Para empezar, creo que yo le llamaba Chiquitrén, pero no estoy segura, y además ese no debe ser su nombre, porque buscando en internet me salen trenes de juguete, que es lo suyo. Estaba patrocinado y no sé si vendido o regalado por Renfe, por eso llevaba su logotipo bien visible. No encuentro ninguna foto de él, así que no me queda más remedio que dibujarlo, a pesar de mis nulas aptitues, a ver si me podéis dar más pistas sobre su nombre real.
El disco plano lleva el logo de Renfe, y la hendidura media, a modo de yoyó, se posa sobre la vía, naranja, también plana, de modo que debes ir girando la vía con las manos y rodando el disco por todo el circuito sin que se te caiga. ¿Os suena? ¿Lo habéis tenido? Bueno, si sabéis cómo se llama, o mejor, si sabéis interpretar los sueños y decirme porque a mi edad juego con este chisme, soy toda oídos.

domingo, 24 de enero de 2010

¿No estás en Facebook? No tienes vida social.

El jueves pasado encontré el argumento definitivo: según un estudio realizado en Gran Bretaña, en el 20% de los divorcios se alegan causas que tienen que ver con el uso de Facebook.

Esto viene a confirmar mi sospecha de que la gran mayoría de la gente se registra en las redes sociales para ligar. Quizá muchos no conscientemente, quizá otros sólo por jugar, pero muchos, muchos, lo hacen por conocer gente con la que poder tener algún tipo de relación. Vale, ya sé que es una afirmación simplista, y además una generalización, que, como tal, seguro que no es cierta, pero esa es la impresión que me ha dado siempre.

Por otra parte, también soy consciente de que las nuevas tecnologías nos acaban envolviendo a todos, queramos o no, y en poco tiempo pasan a formar parte de nuestra vida como si hubieran existido desde siempre. Todos tenemos al menos un teléfono móvil (y recuerdo algún discurso sobre la malignidad de las ondas mil veces repetido por alguna chica a la que ahora no hay quien la despegue de su celular), ya no nos sorprendemos de ver a alguien sentado en un parque con un ordenador portátil, ni de que los niños no repitan infinitamente en los viajes en coche eso de “¿cuándo llegamos?” porque están entretenidos viendo “Nemo”.

Así que las novedades que nos alcanza internet no serán menos, y acabaré yo también sucumbiendo a sus encantos, seguro, aunque ahora no sea capaz de ver las ventajas que ofrecen estas redes sociales (tampoco me pareció un gran invento el correo electrónico, y ahora lo utilizo cada día, y no para enviar presentaciones de power-point).

Debo decir de todas formas que hablo desde la más absoluta ignorancia sobre el uso diario que puede tener Facebook, en este caso. Mi registro en la red hace unos meses duró aproximadamente 40 minutos: no me pareció fácil de utilizar (soy un poco zopenca), y no me gustó lo que allí vi, algunas evidencias personales, hasta cierto punto impúdicas, que creo que yo no tengo por qué ver ni leer. Me pareció un escaparate de vidas privadas que dejan de serlo en un suspiro, y una fácil manera de saciar ese lado indiscreto y morboso que a todos se nos despierta alguna vez, pero que sería más sano dejar dormido todo el año. (Repito que es lo que descubrí en unos pocos minutos, que no me di tiempo para encontrar el lado positivo, que seguro tiene para arrastrar a tantas personas).

Pero esto me lleva a una reflexión importante: ¿acaso no desnudo yo mi alma bastante más en este sitio, tan íntimo, tan personal? Es posible que sí. Meditaré sobre ello. Mientras tanto, dejo la puerta abierta para que lancéis vuestras opiniones, usuarios y no usuarios de las redes sociales.

Estuve muy tentada de registrarme en Facebook cuando Mara Torres lo utilizaba para avisar a sus seguidores de la hora exacta de comienzo de su telediario. Ahora ya no es necesario. ¡Cómo me gusta esa chica!

lunes, 11 de enero de 2010

Helado de Enero

Como podéis imaginar viendo las fotos, ha sido un fin de semana muy divertido en Miranda. Retando al frío, hemos pasado poco tiempo en casa (hasta hemos hecho 'la croqueta'). Hoy por fin he dejado tiempo a las botas para que se sequen a gusto.


Además hemos marcado una nueva tendencia: ir de copas al bar 'de moda' con las polainas puestas.

domingo, 3 de enero de 2010

Pequeño gran placer

Subir la cuesta más pindia del pueblo. El chirrido de los goznes al abrir la puerta. Crujir la madera del taburete de la barra. Ver cómo azota el viento los cristales y sentirlo sólo al cerrar los ojos. El cielo pintado en rojos sobre los picos nevados del fondo. Un nieto del Duero recorriendo el ventanal. Crepitar el fuego en la chimenea. La música de fondo, tranquila y sugerente, jazz. Nueve estrellas de papel destilando cálida luz. Un montón de velas de colores repartidas por el comedor. Castañas calentitas rodando por la mesa, quemando en las manos. Hojas y setas salpicadas por todas partes. Madera en mil formas y colores. Escobas colgando de las vigas. Saquitos de tomillo apilados en un canasto. Forja y barro, ollas ferroviarias. El calor de la hoguera en la espalda. Saborear el café en el paladar, cargado, delicioso. El olor del té deshaciéndose en el agua.
Pasar el tiempo disfrutando de la belleza de fuera, de la calidez de dentro.

Si no lo conoces, te recomiendo que hagas una visita (www.endolea.biz)