martes, 30 de marzo de 2010

Mi fiel compañera

Creo que hace casi medio año que escribo en este sitio, y aún no la he dedicado un post, así que ya va siendo hora.

¿Y por qué? Porque es parte intrínseca de mi vida desde hace años, porque conmigo ha pasado buenos y malos momentos, sin protestar, porque a veces la he tenido que dejar al cuidado de otros, porque no siempre la he tratado todo lo bien que debiera, porque creo que sólo me ha dejado tirada una vez y no fue tan grave, y además fue por mi culpa, no por la suya. Aunque no quiera reconocerlo, está llegando poco a poco su final, y me resisto a pensar que tendré que tomar esa decisión en algún momento. No puedo imaginar cómo será el recuerdo que me quede cuando ella ya no esté.

Sí. Habéis adivinado. Mi fiel compañera es La Leona. No Leona, ni León, ni El León. Ella es La Leona.

Sé que no es muy habitual pensar así sobre un montón de chatarra (hasta me cuesta escribir eso), pero es que a veces las cosas materiales, las poco importantes, son las que te ayudan a trazar la línea de tu vida, y te das cuenta de que gracias a ellas has conseguido muchos buenos momentos, más aún si tienen 4 ruedas y un motor.

Todo empezó por mi mala suerte con los trenes. O con la Renfe. O con los dos. Siempre me ha gustado viajar en tren, pero al poco de estar obligada a hacerlo, me di cuenta de que el ferrocarril y yo no teníamos muy buena química. Mis padres también se dieron cuenta, porque algunas veces tenían que salir de casa a las 12 de la noche a recoger a su hija que estaba colgada en alguna estación de Castilla, Venta de Baños o Palencia para más señas, que son dos estaciones preciosísimas y de muy buen ambiente, ejem.

Cuando digo mala suerte alguien pensará en retrasos, o en pérdida de algún tren, pero es que a eso lo llamo “buena suerte” tratándose de los trenes y yo. Baste un ejemplo: trayecto Santander – Palencia – Palencia – León. 2 trenes, casi 4 horas de retraso final, el primero un talgo sin calefacción en plena nevada de Enero, el segundo lo perdí por el retraso del primero, el siguiente se averió, y cuando por fin llegó, sin luz, al pasajero de al lado le da por sufrir un infarto. Todo esto en un trayecto, lo juro.

Pero basta de hablar de trenes, que será tema de otro día casi seguro; hoy quiero homenajear a La Leona, antes de que sea demasiado tarde.

Fue un 6 de Enero cuando llegó a mis manos. 2002. Los Reyes Magos, originales y espléndidos como siempre, me prepararon un paquete que contenía una caja de CD virgen. Raro. Abro la caja y… tachaaaaán!! ¡Una tarjeta de parking y una llave de coche! De lo siguiente no puedo contar mucho, porque no me acuerdo bien, de la emoción. Que si mira por la ventana, que si ese no, el de al lado, que si no tiene gasolina… Vamos, feliz como una perdiz. Tuve que ir con mi padre para echar gasolina, gasóleo perdón, por si me equivocaba de agujero o no sé, pero me parecía un lujo, de hecho era un lujo tener tu propio coche, y a mí el mío me encantaba. Y me encanta.

Ese mismo día, con muchas ganas de estrenarla, di mis primeros pasos con ella. La excursión fue a casa de “El Contras”, llamando primero a todo pichipata a ver si se animaban a que les diera una vuelta. Al final obsequié a unos cuantos con un paseo por el Poblado de Los Ángeles, pero debido a que era nuestro primer día y La Leona y yo no estábamos aún compenetradas, sus caras reflejaban cierta tensión, y no felicidad, que es lo que reflejaba la mía.

El bautizo no sé bien cómo fue, pero desde el primer día se llama La Leona. Es curioso, cómo yo no conecto muy bien con las chicas, me cuesta un poco, pero mi coche es chica, desde que lo adoptamos. Salta a la vista. Creo que el nombre fue idea de mi madre, y le va como anillo al dedo.

La Leona es un Peugeot 205 Generation, pero si me dejaran a mí especificar a qué tipo de vehículo pertenece diría que es un Todoterreno. Y esto es demostrable. En el portón trasero original (ya digo que no siempre la he tratado bien) había una pegatina que decía Contigo al fin del mundo, haciendo honor a la realidad. Hasta Finisterre nos ha llevado.

Desde los primeros momentos tiene unas señas que la identifican. La Leona se empeña en poner el seguro de niños de la puerta trasera derecha, y cuesta un montón convencerla de que no hace falta y de que es un rollo no poder abrir. Le sugerimos adornarla con unas margaritas, y accedió rápidamente, así que mi madre y yo le pintamos unas flores en las ventanillas traseras que la favorecen enormemente, aunque tras tantos años empiezan a estar marchitas. Le da también por romper periódicamente las ruletas de control del aire, será porque no acierto bien con su temperatura ideal, y casi siempre me deja sólo con un mando que tengo que ir intercambiando entre las tres ruletas.

La primera etapa que vivió conmigo fue la más tranquila. Entre semana trayectos cortos por una ciudad preciosa, y el fin de semana carretera, larga y cómoda, sin muchas dificultades. En vacaciones, turismo para las dos: Llanes, Picos de Europa, Galicia, Toledo, Lerma. Lo único que me puede reprochar es que ha ido siempre cargada hasta los topes, que a veces no entiendo ni por dónde respiraba. Además experimentó situaciones emocionantes: rumbo a Galicia, cuesta abajo y con el acelerador a fondo puedo asegurar que llegó a los 170km/h (yo no conducía, claro, me hubiera dado miedo que explotara). También visitó la casa del Jony en Carnota: la encajé entre tres paredes fácilmente, pero fui incapaz de sacarla; tuvo que ser el conductor osado de los 170 el que hiciera la obra de ingeniería.

En esa época La Leona nos ha visto reír, disfrutar, cantar, vomitar (estuvimos realmente malos en Galicia), pasar miedo, nos ha visto coquetear y discutir, y lo ha compartido todo sin rechistar.

También entonces fue cuando me dejó tirada. Sábado, 10 de la mañana, examen en la Facultad (no me acuerdo de la asignatura), nosotras vamos en La Leona y así no madrugamos tanto. Pero me había dejado una luz encendida dentro, y su batería no aguantó. Así que en cuanto nos dimos cuenta de que no era su día y no estaba para prisas, tuvimos que salir corriendo para llegar al examen con la lengua fuera.

La siguiente etapa importante para ella fue en la que tuvo que demostrar sus dotes para soportar todo tipo de experimentos no pensados para un coche como ella. Para empezar, en Soria la tocó rodar por todo tipo de suelos: caminos de piedras, nieve, láminas de hielo, ríos y muchas veces por monte abierto. Ahí sí que se portó como una jabata, envidiándole poco a los Patrol y aprendiendo de ellos todo lo que pudo, para al final superar la prueba con nota. Lo difícil además fue que lo tuvo que hacer impregnada de olores muy desagradables, mezcla de orines y excrementos de vacas y ovejas, nuestro propio olor después de horas de trabajo entre los animales, los litros de sangre fresca que transportaba, etc.

Pero para entonces La Leona ya tenía un compañero que la quería y la quiere casi tanto como yo. Tor ha nacido casi casi dentro de ella, y seguro que esa época la ayudó sobremanera con el tema animal.

Y ahora está viviendo su jubilación, su vida de tarjeta dorada. Esto a veces no le va muy bien, porque ella es una chica de acción, que es a lo que ha estado acostumbrada siempre.

A lo largo de todo el camino ha sufrido lo suyo: el primer año le dio por acumular agua en el techo y lanzársela a mi copilota de la época, de manera que llovía dentro del coche. Más tarde se dio un golpe y hubo que cambiar el portón trasero (pero yo no fui, nunca he golpeado a La Leona). Después empezaron a fallar las puertas, y la del seguro de niños se abría al girar a la izquierda. Todo esto se ha ido solucionando, y unas cuantas cosas más, pero el signo inequívoco de que se está haciendo mayor es que se resfría. Desde hace un año o algo más, si el invierno es duro, las noches de más frío las debe pasar mal, porque amanece constipada, e incapaz de arrancar. Hemos puesto un parche, comprando unas pinzas de arranque para solucionarlo temporalmente, porque nos parece que quizá la reparación a fondo sea en vano (aunque ya la hemos rescatado de la muerte segura una vez), que quizá sea hacerla sufrir para nada, que quizá debemos hacernos a la idea de que dentro de poco será la hora de decir adiós.

Pero hasta entonces, seguiremos compartiendo los momentos y los lugares más divertidos, que son los que buscamos y disfrutamos con Tor y con ella, La Leona.

Me gusta esta foto. Sé que el escáner se carga la mitad, pero la original, a pesar de estar disparada por un profesional, está un pelín granulada y bastante gris, como con niebla, aunque era un día espléndido en El Henar. No sabemos por qué salió así, como si hubieran abierto una rendijita de luz durante un segundo en el cuarto de revelar.
A mí me recuerda al anuncio de Super Disco Fashion, de un Mitsubishi ¿os acordáis? Parece que estoy promocionando un auto en los años 70.

lunes, 15 de marzo de 2010

Aguzando el oído


Marzo nos está dejando muy buen sabor de boca. O más bien muy buen sonido de oreja. Es curioso como a veces no encuentras ningún evento que te llame la atención en tu ciudad o cerca, y otras temporadas en las que se te acumula el trabajo, como es este caso, y al final tienes que seleccionar lo que crees que te va a compensar más y dejar otros planes apetitosos para más adelante.
Hace unos días estuvimos en un concierto de Quique González. Después de unos cuantos años intentando asistir, fue un viernes de Marzo en Santander cuando tuvimos el placer de verle en directo, en el Palacio de Festivales, casi como en su casa, casi como en la mía.

Recuerdo perfectamente cuándo y dónde le escuché por primera vez, en el año 2000, en el salón común de una residencia universitaria. Yo sólo pasaba por allí, y al escuchar esa voz me detuve, di media vuelta, me senté en el sofá y vi el videoclip entero en la tele. Esperé a que pusiera el nombre del cantante, lo memoricé y lo asocié a esa voz, inconfundible desde entonces y hasta ahora. No me acuerdo qué canción era, pero me encantó.
Después no le he seguido con constancia, la verdad. Ha sido más recientemente, hace unos pocos años, cuando me ha vuelto a cautivar, pero siempre es buen tiempo para descubrir a Serrat, a los Beatles, a Los Rodríguez o a Quique González, ¿no os parece?

Siempre he pensado que el directo de Quique tendría que ser muy bueno, y no me equivoqué. El concierto debió ser largo, aunque a mí se me pasó volando, su voz es tan redonda (al menos para mí) que cuando habla parece que canta, cuando canta parece que susurra, la armónica tiene ese nosequé que colorea las canciones sin necesidad de más instrumentos… En definitiva, fue un concierto brillante, vibrante, y afortunadamente tuve una gran compañía que me ayudó a reírme de la “Chica Santan” que estaba a mi lado y no estampanarla por intentar arruinarme el concierto. El punto negativo va para ella y sus amigas, y para la mitad del público de la sala que no supo aguantar en la butaca 2 horas y se paseó continuamente por el Palacio. Nunca había visto nada igual.

Este viernes hemos cambiado de palo. Hemos visto a Marlango. Tenía muy buena pinta, porque era en un aula de cultura pequeña, y a pesar de ser un concierto muy bueno quedó para mi gusto algo frío, y culpo más de ello al público que a los músicos. Quizá había muchos asistentes que no habían escuchado nunca a Marlango, lo que por una parte está bien porque muchos de ellos habrán salido encantados, pero por otra parte resta un poco de complicidad entre el grupo y su público.

Era la segunda vez que les veíamos, pero esta vez con el doble de discos en el mercado y seguro que más evolucionados. La música de Marlango me parece deliciosa, envolvente, muy trabajada, y el directo me encanta porque es muy distinto al resto de música que suelo ver. El grupo en sí es difícil de clasificar; por la mezcla de estilos yo lo definiría como original, lo que es mucho en tiempos en los que todo está inventado.

Para empezar, la impresionante presencia del piano, y el pianista que, aunque sea menudo, en cuanto se pone a tocar parece más grande incluso que el piano. Alejandro Pelayo y el piano son una misma cosa. Por otra parte, la trompeta, que aunque es más común nunca suele tener tanto protagonismo como en Marlango, y Óscar Ybarra es un maestro. También me sorprenden mucho las canciones sin batería. Me gusta como la batería envuelve todo lo demás, pero los temas en que no hay ni batería ni ritmos, esos temas que pueden parecer desnudos, son preciosos y distintos.

Y qué decir de Leonor Watling. Su voz es preciosa, hablando, actuando, cantando, chillando. Tiene muchísimos registros y sabe explotarlos y cambiar de uno a otro sin pestañear. Lo que siempre me llama la atención es cómo puede salir esa voz tan potente de ese cuerpo delgado, y encima parecer que lo hace sin ningún tipo de esfuerzo. Además, su sola presencia llena el escenario, con ese halo de sensualidad y timidez mal mezcladas.

Han sido dos viernes especiales, exprimidos hasta el último jugo, y disfrutados al máximo. Pero aquí no acaba todo. Se avecinan nuevos planes…