lunes, 21 de junio de 2010

El Trajecitos

Imagina que acabas de empezar a vivir en un piso nuevo, en una ciudad nueva en la que no conoces a nadie. Imagina entonces que al segundo o tercer día de vivir en tu nueva casa, un día cualquiera por la mañana, aún de noche, en pleno invierno, cuando abres la puerta para salir de casa descubres que uno de tus nuevos vecinos está esperando el ascensor. No pasan muchas cosas por tu cabeza a esas horas de la mañana, pero aciertas a sonreír y dar los buenos días, para causar buena impresión, piensas. El tipo va de traje, tiene bastante más energía que tú, salta a la vista, y te toma el pelo, burlándose de la cara de sueño que llevas, y preguntándote si es que te cuesta madrugar. Te quedas ojiplática. Esa es su forma de darte la bienvenida. Y ese es mi vecino, “El Trajecitos”.

Es bastante peculiar. Lo mismo te gasta bromas en el ascensor como si fuera un chiquillo de 12 años, que se hace el viejo y alaba tu juventud. Igual acelera hasta el portal para subir en el mismo ascensor (por ahorrar luz, supongo), que quiere subir solo con su bicicleta.

Ha protagonizado unas cuantas escenas que para mí son cuando menos extravagantes. Sobre todo porque no hila las conversaciones, te propone esto o aquello, lo que le pasa en el momento por la cabeza, aunque no venga a cuento ni tenga por qué contártelo dentro de un contexto de cordial relación de vecinos. Yo creo que es que le caemos bien todos los habitantes de nuestro piso, menos el perro, al que no hace mucho caso. A nosotros también él nos cae bien.

Un día cualquiera le comentó a mi concubino que era DJ, de rock and roll puro y auténtico, y le dio varios datos para que le buscara en internet y escuchara algo de lo que pinchaba (y también para que viera las fotos, que no tienen desperdicio).

Otra mañana cuando llegaba yo a casa, vaciamos nuestros respectivos buzones y montó conmigo en el ascensor. Entonces, al descubrir que le habían enviado desde América un CD descatalogado de un grupo para mi totalmente desconocido, sufrió tal ataque de euforia, que me dio miedo estar encerrada en un espacio tan pequeño con él. Para recompensarme, me invitó a una sesión en la sala en la que suele pinchar. Yo ese día tenía una boda.

Al escribirlo me estoy percatando de que casi siempre me deja KO a primera hora de la mañana. Está claro que busca mi punto débil. Porque también fue por la mañana, después de dos años de feliz convivencia vecinal, cuando otro día, de nuevo en el ascensor, que es lo único que compartimos aparte de un tabique, me presentó a una adolescente que llevaba varios días acompañándole. -Esta es “Fulanita”, mi hija. Fulanita, ésta es una vecina muy simpática- (no sabemos nuestros nombres). No sé por qué nunca había pensado en esa posibilidad. Un tipo maduro (lo de interesante me lo ahorro, juzgad vosotros mismos), singular, con una novia también peculiar, que tiene un perro (la novia) al que el tipo maduro le desea la muerte, pues no me parecía que pudiera tener tanta vida detrás, y nunca mejor dicho.

Las conversaciones metafísicas que acostumbramos a tener en nuestros encuentros ascensoriles no soy capaz de reproducirlas, porque la mitad de las veces no las entiendo y además muchas son a las 7 de la mañana. Pero son curiosas, os lo aseguro.

La guinda a este pastel sucedió hace pocos días, más o menos un año después de conocer a Fulanita y más menos 11 meses después de que la viéramos por última vez. Una tarde, mientras me dedicaba a la limpieza intensiva del piso, llamaron al timbre. Tardé en reaccionar, a pesar de estar más lúcida que de madrugón, porque casi nunca llaman a la puerta, excepto para vender o robar. Me asomé a la mirilla y vi a un tipo vestido de negro, agachado, con un carro. Estuve por no abrir, pensando que venía a pedir. Pero justo le vi incorporarse y me di cuenta de que era El Trajecitos. Abrí sin más, como buena vecina, y me encontré con la bella estampa: El Trajecitos, con su chupa y su gorra, y una carro, sí, un carrito, de bebé, con una niña rolliza y preciosa. Él me dice de sopetón que venía a presentarnos a su hija. Yo, no sé si embobada por la niña o patidifusa con la noticia, sólo acierto a decir: -pero, ¿de quién es esta niña?-  Me repite, algo contrariado: -¡que es mía!- ((¡Ah, vale! Es que como no sabía nada, no se te ha notado nada la tripa, ni te he visto paseando feliz de la mano de una chica gorda, ni he visto meter en tu apartamento muebles lacados en blanco con una cuna de esas que se estiran, ni compartes el ascensor más que con nosotros, ni he visto en tu buzón la revista de Ser Padre, cómo iba a pensar que estabas a punto de ser Papá, a tus cuarenta y… Todo esto no se lo dije)). Le hice cuatro cumplidos sobre la niña que además eran ciertos, ella me sonrió infinito, y él, creo que contento, se metió en el ascensor, le dio al 0 y dijo: -se la voy a devolver a su madre.

Éste es El Trajecitos. Y nunca lleva traje.

4 comentarios:

Diego9 dijo...

Curioso tipo, si, yo ya le padecí un domingo de esos de resaca, poniendo la parte desconocida de Bob Dylan a tope como diciendo: vosotros, cafres, me jodistéis el sueño cuando llegasteis pasados a casa con vuestras risas y voces a las tantas; yo os devuelvo la moneda con la sutileza de uno de mis trajes...
También me ha gustado la frase "porque casi nunca llaman a la puerta, excepto para vender o robar". Buenísima!!!
Besos

Borf dijo...

Yo quiero ver su web!
Un beso desde Warsaw...

Juan Nadie dijo...

Singular tipo El Trajecitos, y lo mejor es que no lleva traje, para qué...

Miguel Masero dijo...

Siempre quise conocerle....Y reconozco que al ver las fotos del myspace, te entran ganas de ser su mejor amigo, ...o de salir corriendo!!! La foto con las gafas de sol es brutal. Por cierto,... en ninguna lleva traje.