viernes, 2 de octubre de 2009

Muerta de miedo

Escribo estas palabras que no sé si serán las últimas que pronuncie, aunque en silencio.

Estoy en el trabajo. Os pongo en situación: mi "oficina" está en el sótano del edificio, y sólo tengo compañía de más "trabajadores" de 8 a 9 de la mañana. Los "clientes" bajan al sótano y esperan pacientemente sentados a lo largo del pasillo a que yo les atienda. Al final del pasillo hay una puerta de salida del edificio que sólo está abierta de 8 a 9, digamos que estoy en un callejón sin salida.

Como soy muy hacendosa, no se me suelen acumular los clientes, y tengo ratos libres si voy adelantando el trabajo. Así que suelo dejar la puerta abierta para que al llegar la gente sepa que no estoy ocupada.

Pues hace un momento oigo pasos y ruido de gente hablando. 'Llega la siguiente tanda de clientes' - pienso yo. Me aclaro la voz y digo: ¡adelante, pasen! Como no contestan y siguen hablando alborotados pienso que no saben adónde dirigirse porque no ven a nadie esperando a la puerta, como suele ocurrir. Así que repito: ¡para el formulario B5 aquí, pasen!

Cuál es mi sorpresa cuando veo desfilar a un grupo de personas, 7 u 8, de una etnia distinta a la mía, que a veces asusta un poco. Y estos asustaban de veras. El primero blandía una fusta de un caballo. El segundo una barra metálica, que si bien era dorada y parecía haberla quitado de las cortinas del salón, también daba la impresión de ser dura. Y entre los siguientes, otro llevaba un palo. No me ha dado tiempo a ver más porque me he encerrado con llave en la oficina.

Primero han debido intentar salir por la puerta del final, que está cerrada, y no la han roto de milagro porque es de cristal. Luego han llamado a mi puerta y les he chillado (amablemente, eso sí) que estaba muyyy ocupada. Con todos mis nervios he intentado buscar la extensión de seguridad, pero en mi listín provisional de teléfonos no viene. Así que he llamado al "conserje" que no me ha cogido. Finalmente he llamado a una administrativa que al oir lo que le contaba ha exclamado - ¡ostia!- y me ha colgado. Yo seguía oyendo revuelo y golpes de puertas, pero no he abierto.

Finalmente, a los 2 ó 3 minutos (que he de confesar que se me han hecho eternos), ha venido seguridad, pero no había rastro de los revolucionarios y todo ha quedado en un susto. ¡Pero vaya susto!

Bueno. Parece que seguiré expidiendo formularios B5 tranquilamente toda la mañana, y que estas no van a ser mis últimas palabras. ¡Qué alivio!

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