viernes, 15 de octubre de 2010

Desidia

Después de un fin de semana hueco, ya veía que se acercaba una semana de desidia. Tampoco es peligroso, siempre que no se alargue más de lo debido, y seguro que no, pues ésta es ya la última semana de inactividad reflexiva. Por fin empieza la agenda apretada y la falta de tiempo para pensar, que estoy convencida que echaré en falta en cuatro días, pero en principio me va a relajar.

Y es que estoy condenada a vivir en un ascensor que no sabe parar. Cuando estoy en un momento en el que nada podría ir mejor, hay un cortocircuito en el sistema nervioso de mi cabeza, en mi cascada hormonal o vete a saber dónde y el ascensor empieza a bajar. Las causas del cortocircuito son desconocidas muchas veces, insignificantes otras muchas, y la mayoría de las veces, inexistentes. A lo mejor algo de culpa la tienen los genes. O mi incapacidad para subirme a unos zapatos de tacón. Esta semana igual la culpable es esta maldita ciudad, empeñada en una fiesta que no me pertenece.

Lo bueno de que sea un ciclo es que después de tanto tiempo ya sé que no hace falta desanimarse más de la cuenta, pues todo lo que baja, sube, y así ha sido desde que tengo uso de razón. Lo malo es que una es plenamente consciente de que está abatida, (el saber que es sin razón empeora el panorama), pero cuando la situación es al revés, de felicidad radiante, es más difícil darse cuenta. Me gustaría pensar que el no ser consciente de que se está feliz no impide aprovechar esos momentos al máximo, aunque tengo mis dudas.
Quizá el secreto resida en esto. Estoy feliz muchas veces, y unas pocas no lo estoy. Pero yo SOY feliz en general, ¿no? A pesar de estos momentos, juraría que soy feliz. (RAE- Felicidad: Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Sí, soy feliz) Por otra parte, debería escudriñar entre cada día y cada noche para descubrir los momentos de placidez y no dejarlos escapar hasta haberles sorbido todo el jugo, y que caigan exhaustos, y yo con ellos.

De todas formas me inquieta lo poco que controlo mi ánimo; ¿por qué una pequeña desilusión puede matar la semana completa? Tampoco he descubierto nada nuevo... sólo que somos tan distintos... tal vez la otra parte del secreto sea dejar de intentar dar sentido a lo que no entiendo.

Espero desde el primer piso (el sótano lo dejé abajo antes de ayer) a que este cacharro suba, cuanto más deprisa mejor. Mientras tanto, debo agradecer el entusiasmo de la única persona infalible que conozco (por el momento), mi gran amigo, especialista en descubrirme la nube gris entre todos los nubarrones negros que amenazan tormenta, el experto en pulsar el botón que nos envía al último piso del rascacielos. Gracias, Israel.


*Publicado originalmente el 24 de Septiembre de 2008, en el espacio Elena y el Trueno*

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